La mejor noticia que pudo haber recibido Manzur el domingo pasado no fue tanto el resultado contundente del Frente para la Victoria en las urnas en el rubro presidencial -490.000 votos para Scioli-, que le entreabre las puertas al sueño de instalarse en la Casa de Gobierno, sino la renuncia pública que hizo luego Alperovich a seguir portando las charreteras de conductor del espacio político oficialista después del 29 de octubre, cuando deje el bastón de mando. Esa es la gran novedad. Esa fue música para sus oídos. Ese alivio, por ejemplo, todavía no lo puede experimentar Scioli a nivel nacional, ya que Cristina no le envía ni siquiera una señal en cuanto a lo que hará tras abandonar la Casa Rosada. Ni menciona dar un paso al costado, mostrando una concepción puramente menemista del ejercicio del poder. Encima, los hipercristinistas la ciñen con la desafiante cucarda de conductora eterna, algo que le debe producir escozor al bonaerense; porque si aspira -como todo peronista que se precie de tal- a ejercer el poder concentrándolo en el principal cargo ejecutivo del país -de resultar electo, claro-, la presencia política de la jefa de Estado puede resultarle una piedra en el zapato; como en su momento lo fue Menem para Duhalde, y Duhalde para Kirchner. Y Miranda para Alperovich.

La tradición justicialista indica que los que acceden al Ejecutivo en algún momento se ven en la obligación de dar el paso de la deslealtad con los antecesores que se niegan a perder sus espacios de influencia. O bien a traicionarlos. La interpretación de la acción depende del lugar desde donde se lo mire. El que viene tiene que desplazar completamente al que se va -no dejarle ni una islita de poder- para moverse cómodo y armar su propio espacio de poder. Las sociedades políticas de a dos no pueden coexistir. Es unicato, o nada. Entonces, mientras Cristina no se autoexcluya del papel que le conceden sus falderos principales, o bien no dé muestras claras de que no entorpecerá a la futura la administración sciolista -otra vez, de ganar el ex motonauta, obvio-, la incertidumbre atormentará a Scioli. Y lo obligará, en algún momento, a tratar de desprenderse de esa mochila.

Rogará que después del 10 de diciembre no se mueva de El Calafate, y que ese lugar en el mundo no sea una nueva Puerta de Hierro. Conductor, siempre, hay uno solo. Desplazas, o te desplazan. Debilitás, o te debilitan. Sos o no sos el jefe. La encrucijada se produce irremediablemente ciclo tras ciclo; las circunstancias y los egos lo exigen. Hasta ahora, Scioli siempre la jugó de acompañante leal; de Menem, de Rodríguez Saá, de Duhalde, de Kirchner y de Cristina. Si llega a imponerse, sacará chapa de uno. ¿Será capaz de asumirse en ese rol?

Es la pregunta que todos se hacen; tanto en el kirchnerismo, en el peronismo, en la oposición y entre los independientes. En teoría, se le acabarían los jefes, porque para arriba, jerárquicamente, ya no habría más nadie a quien obedecer desde lo institucional. Debería ser leal a sí mismo. Ergo: no tendría que recibir órdenes de nadie más. Sin embargo, cabe el planteo: ¿preferirá seguir recibiendo órdenes y responder a una jefatura política? Los que lo siguen y conocen aseguran que se viene el sciolismo. Pero, qué es eso: ¿una nueva facción de poder dentro del peronismo?, ¿una nueva forma de ejercer el poder?, ¿un nuevo método de administrar y de gestionar? Como concepción política, por ahora, es una gran incógnita. Y a ello contribuye, en gran medida, la indefinición de Cristina sobre su futuro, porque no le permite al gobernador avanzar con actitudes independentistas y lo mantiene en un gesto permanente de sumisión. Consensuamos, dice Scioli cuando se refiere a ella; no desliza un yo elegí. Es lo más cerca que está de mostrarse librepensador. Por lo menos así será hasta que se vea con la banda presidencial cruzándole el pecho.

Entonces, ¿será Scioli otro Menem, un nuevo Kirchner? En el camino, para una respuesta afirmativa, se le cruzan cual obstáculos Cristina, La Cámpora y un kirchnerismo residual. No hay demasiadas alternativas: les da pelea y los arrodilla o los convence y los suma pacíficamente. El camino que elija definirá su estilo de conducción, y de conductor. Mientras Cristina no renuncie a la lucha, habrá muchos interrogantes sobre lo que hará y lo que es capaz de hacer Scioli. En el proceso para desprenderse de lazos molestos, los conceptos de deslealtad y de traición estarán muy próximos en el PJ. ¿Se verá obligado el gobernador a convertirse en el verdugo de Cristina? ¿Se animará? Los extremistas K arriesgan más: será un títere; sugieren.

Vidas paralelas

En ese marco de relaciones políticas, aunque corren en paralelo, uno por llegar a la presidencia de la Nación y el otro a la gobernación de Tucumán, las realidades se presentan distintas para Scioli y para Manzur. Para el bonaerense la jefa de Estado es una espina indescifrable. En cambio, para el vicegobernador de la provincia, la situación se le dibuja más cómoda, ya que Alperovich decidió desprenderse del mote de conductor; por lo menos desde el discurso. Seré un soldado de Manzur, dijo públicamente. A sí mismo se dio de baja como futuro jefe político. Toda una novedad y, ala vez, una movida ingeniosa, porque no se presenta como el mandamás del futuro mandatario -obvio, si es que gana Manzur el 23-, sino como alguien que no tiene intenciones de estorbar. Por motus propio despejó la duda, la misma que tiene en vilo al bonaerense. ¡Qué mejor que el que se va le diga al que lo puede suceder hacé lo que quieras! Hubiera sido el sueño de Duhalde, de Kirchner, y aún es el sueño de Scioli.

El gesto de Alperovich, sin dudas, tranquiliza a Manzur. No tendrá que serle desleal más adelante -como lo impone la tradición en el peronismo- y le dice que si quiere, será el único conductor del espacio. No lo pone en la posición incómoda de tener que pensar que, en algún momento, deberá traicionar al que lo eligió. O de debilitarlo, por decirlo de una manera más suave. El gobernador avisó que no será necesario que lo traicionen porque no presionará ni molestará. Cambió lo que en el peronismo es ya casi un apotegma, o la verdad 21: el que avisa no traiciona por el avisé para que no me traicionen. O que no tengan que sentir la necesidad de que lo traicionen. A su manera dice que no será un Miranda, o un Juri, con los que supo compartir un poder transitorio, hasta que los desplazó del trípode gerencial. Alperovich, de palabra, decidió irse, abandonar la conducción. Dos cabezas pueden hacer macanas, habría deslizado el propio gobernador entre alguno de sus colaboradores para justificar su anticipado adiós a la conducción política. En fin, comunicó su predisposición a no ser una piedra en el zapato con el resultado de las PASO en la mano. Me lo dejó un amigo, podría decir Manzur respecto del sitial de privilegio que heredará del titular del Ejecutivo; si gana, claro.

Sin embargo, el mandatario le dejará más al que lo suceda, una especie de guía práctica para gestionar desde el PE: un método sistematizado de conducción, de ejercicio centralizado del poder basado en el manejo discrecional de la caja, en un régimen de premios y de castigos en materia de obra pública y un mecanismo aceitado de clientelismo institucionalizado. El Pacto Social es una muestra, como lo es la domesticación de los poderes del Estado y el clientelismo llevado hasta la exacerbación en tiempos electorales. ¿Manzur lo seguirá ejecutando según el manual de funcionamiento alperovichista o le pondrá su impronta? La pregunta más fina es si este sistema de poder está tan arraigado que se impondrá por sí solo más allá de quién sea el que llegue al sillón de Lucas Córdoba, o bien si habrá márgenes para poder alterar este esquema naturalizado de trabajo, tan asimilado por dirigentes y dirigidos. Máxime si hablamos del PJ. Es un sistema paternalista que caracteriza a los peronistas, comentó un político de ese espacio para justificarlo.

Bien, si ya no tendrá que debilitarlo, o traicionarlo, porque Alperovich se autoexcluyó de cogestionar tras bambalinas, ¿qué hará Manzur con ese sistema concentrado de gobierno? ¿Lo mantendrá, lo desarmará o lo perfeccionará? La tentación de la hegemonía es grande, pero los tiempos por venir influirán en cualquier toma de decisión. En el plano nacional, la dirigencia entiende que se vienen épocas de diálogo y de consensos; no sólo porque está en peligro la continuidad de las mayorías en los parlamentos -lo que determinará a abrir el juego para los acuerdos políticos- sino porque se vislumbra una situación económica más complicada para la próxima administración. Lo que demandará escuchar, por lo menos, otras opiniones para avanzar en un programa económico nacional. Manzur, en principio, se enfrentaría a otra realidad económica, distinta a la de Alperovich. De ganar, claro. ¿Insistirá con la caja única? Tomará lo que sea útil, apuntan desde la trinchera manzurista. ¿Útil para qué?: ¿para mantener el clientelismo político o para mejorar la calidad institucional? ¿Más o menos alperovichismo, pero con otro apellido? El entorno del vice sostiene que este es más abierto y más predispuesto a trabajar en equipo, lo que supuestamente marcaría una diferencia en su favor. Habrá que ver; los vicios se naturalizaron tanto que ya vienen incorporados en los genes de la dirigencia como algo inevitable.

Pero, ¿y si gana Cano el domingo? ¿Qué hará frente a este sistema de ejercicio de poder institucionalizado? Tucumán hoy no admite un modelo de conducción que no se concentrado y cuyas decisiones pasen por una persona, entienden desde el canismo; por lo que no debe aguardarse un cambio brusco en el “modelo” en funcionamiento. El desafío para el radical -de ganar, claro- será, como lo sostiene, el de impulsar mayor institucionalidad democrática. Sería casi revolucionario ya que en Tucumán las instituciones están subordinadas a los intereses personales de los que las gobiernan. El Pacto Social, el invento alperovichista, no funcionaría como hoy, pues el radical promete mayor autonomía municipal. Cano tiene vocación aperturista, definen sus acólitos. Habrá que ver. Como habrá que ver cuál será el rol político de Alperovich de ganar Cano.